Artritis reumatoidea: claves para mejorar la calidad de vida

El dolor que provoca suele ser limitante. Sus causas aún no están definidas, pero existen factores que ayudan a desencadenarla. La terapia no farmacológica es fundamental para tratar la enfermedad.

El  dolor en las articulaciones no sólo molesta sino que limita la movilidad. A grandes rasgos, eso describen quienes sufren artritis reumatoidea (AR), una enfermedad crónica que, usualmente, afecta mucho más a las mujeres que a los hombres y que por lo general se manifiesta entre los 25 y los 50 años.

 

Si bien la AR ataca varios tejidos en el cuerpo, lo hace fundamentalmente en las articulaciones, lo que provoca inflamación y dolor, y limitan los movimientos. Por lo general, oscila entre períodos de intenso dolor (incluso puede llegar a ser invalidante) con épocas de calma. Los primeros síntomas de la enfermedad suelen ser inespecíficos, como cansancio, dolores musculares, pérdida de peso, fiebre baja o falta de apetito. Es habitual que al principio afecte las articulaciones menores de las manos y los pies, para después extenderse a brazos, piernas, cadera y columna.

 

Los pacientes suelen percibir que por las mañanas sienten más dolor. Lo mismo ocurre cuando se está demasiado tiempo sentado o en descanso. Pero el movimiento permite atenuar el malestar y hacer que desaparezca.

 

No están claras las causas de la AR, aunque es posible identificar factores que la predisponen y otros que la desencadenan. Entre los primeros, hay que señalar el género (es más frecuente entre las mujeres) y la herencia (hay genes que incrementan el riesgo de desarrollarla). Entre los aspectos que pueden “gatillar” el comienzo de la afección, algunos científicos creen que una infección bacteriana o viral puede provocarla. Además, el tabaquismo suele aumentar el riesgo de sufrir AR, mientras que en otros casos el inicio está relacionado con situaciones de estrés.

 

El tratamiento para la enfermedad incluye tanto drogas como terapias no farmacológicas. En cuanto a los medicamentos, éstos pueden incluir antiinflamatorios no esteroides (alivian el dolor pero no previenen el daño articular a largo plazo) y drogas antirreumáticas (modifican la enfermedad al controlar la inflamación y preservar su función).

 

Pero tan importante como la medicación es la terapia no farmacológica. El primer aspecto es aprender a convivir con la enfermedad y resolver los desafíos que plantea en la vida diaria. También resulta indispensable un buen descanso (como adquirir la rutina de la siesta), ya que el cansancio es un síntoma recurrente. Al mismo tiempo, es clave adquirir el hábito del ejercicio regular: como el dolor y la rigidez provocan inactividad, esto luego deviene en contracturas y pérdida de la fuerza muscular. Para revertir este proceso se recomienda la práctica de ejercicios, en un programa específico preparado por un fisioterapeuta. Y, además, suele ser importante modificar la dieta para incorporar cantidades adecuadas de calcio y vitamina D, dado que los pacientes con AR suelen sufrir también osteoporosis.

 

Algunos consejos para proteger las articulaciones:

 

• Trate de mantenerlas en su posición natural sin flexionar.

 

• Para realizar una tarea utilice, de ser posible, las grandes en lugar de las pequeñas. Por ejemplo, para abrir un frasco, hágalo con la palma de la mano y no con los dedos.

 

• Intente realizar las tareas sentado y descanse durante el día.

 

• Utilice un calzado apropiado para evitar la deformación de los pies.

 

• Evite agacharse o estirarse innecesariamente.

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